ESTANCIA JESUÍTICA SANTA CATALINA: geografias de su memoria colectiva
La Cátedra UNESCO en Seguridad Humana y Desarrollo Regional de la Universidad Blas Pascal, desde su inicio, promueve a través de actividades de capacitación, investigación, docencia, difusión, promoción y vinculación, una variedad de proyectos y programas concretos que contribuyen a la educación de la ciudadanía. Con la misión de fomentar la participación activa de la sociedad y la visión universal orientada a la creación de capacidades, se involucra como entidad educativa, como vínculo con otros sectores –tanto públicos como privados- y como generadora de espacios de acción entre empresas, instituciones, ONGs y el Estado.
Teniendo en cuenta lo anterior, esta publicación es una oportunidad para dar a conocer la Estancia Jesuítica Santa Catalina mediante esta investigación, de la cual su síntesis se formalizó como narración para una guía turística, que se difundirá para la comprensión de los acontecimientos más significativos a los visitantes que concurrirán a este establecimiento. Es importante dar a conocer que estos dos estudios asociados, forman parte de las publicaciones divulgadas por dicha Cátedra (web: www.ubp.edu.ar - blog: https://catedraenseguridadhumana.blogspot.com).
En Argentina, a partir de la declaratoria como Patrimonio Cultural Mundial de UNESCO al Conjunto de Sitios Jesuíticos de Córdoba en el año 2000, se produjo una revalorización del Patrimonio local, provincial y nacional que se encontraba poco reconocido hasta el momento, en el cual participaron en su gestión todos los ámbitos estatales y es continuamente visitado por el turismo internacional.
Agradecimientos
Especialmente nuestros agradecimientos al intendente de la Estancia Jesuítica Santa Catalina arq. Javier Correa por su colaboración en material bibliográfico, en correcciones y disposición a solicitudes respecto a la realización de estos documentos, al profesor Alberto Ferral por la gestión y logística, disposición, seriedad y calidad humana. A la Comi sión directiva de la Estancia Santa Catalina, especialmente a arq. Daniel De la Torre y Elvira De la Torre por su apoyo y disposición, arq. Florencia Cuenca y toda la familia que colaboró con sus memorias escritas y su confianza en este proyecto.
También nuestros agradecimientos a Dra. M C Patricia Mo rales (Universidad de Lovaina) que aportó generosamente con la revisión del escrito, principalmente a la Universidad Blas Pascal por otorgarnos acceso a este proyecto, y a sus docentes y estudiantes: Lic. Luciana Ferral por su gentileza en contribuir con su producción fotográfica de la Estancia, a la Lic. Mgt. Eugenia Alaniz directora de la Licenciatura en Gestión Ambiental por su disposición a la admisión de las estudiantes de esta carrera Nazarena Bulacios, Victoria Falistoco y María Giuliana Zanetti que participaron como equipo de investigación.
LA IMPORTANCIA DEL CONJUNTO DE
Valor universal del Conjunto Jesuítico
En primer lugar presentamos una aproximación teórica de porqué UNESCO destacó como Patrimonio Cultural de valor Mundial al Conjunto de Sitios Jesuíticos de la provincia de Córdoba, como también una visión amplia de la importante situación estratégica de esta obra en el período colo nial. Este contexto trata de explicar las condiciones que le dieron origen a la Estancia Jesuítica Santa Catalina y su desarrollo en el tiempo desde una perspectiva integradora, que en una primera etapa fue guiada por los jesuitas, luego ocurrió el extrañamiento de ellos, y posteriormente dio lugar a la familia Díaz que continuó su administración.
Los criterios que utilizó Unesco para la selección del Con junto de Sitios Jesuíticos de Córdoba como Patrimonio Cul tural Mundial se centraron en el aporte de un único pre cedente construido en el siglo XVII, de una experiencia de 150 años de integración e inculturación religiosa, social, económica, político y cultural. Un ejemplo de valor univer sal donde se fusionó las culturas europeas, pueblos origi narios americanos y africanos, en donde convergieron dos tipos constructivos: por un lado, el diseño del convento europeo con una iglesia principal, residencia y colegio en la ciudad; y por otro, nuevos establecimientos y sistemas productivos donde la iglesia, la residencia y sectores ope rativos se fusionaron para adaptar y lograr sistematizar un territorio natural para la actividad rural (Unesco, 2020).
Por estos motivos UNESCO lo designó en estos términos, porque entendió que este legado jesuítico es uno de los patrimonios
culturales más importantes que posee Argen tina. Como consecuencia el 20 de noviembre de 2000 en la 24ta Sesión del Comité de Patrimonio Mundial, esta insti tución internacional incorporó a su lista de legados destacados al Conjunto Jesuítico en Córdoba compuesto por la Manzana de la Universidad y en un radio de 200 km apro ximadamente, las Estancias, que son actualmente los museos nacionales de Jesús María y Alta Gracia, los museos provinciales de Caroya y La Candelaria, y Santa Catalina de propiedad privada (Page, C., 2003), que también tienen reconocimiento como Patrimonio Nacional y Provincial.
Allí se organi zaron las empresas espirituales y culturales de la Compañía en Córdoba: la Sede Jesuítica Provincial de la Paraquaria (1608), el Colegio Máximo (1610), la Universidad (1621- 22), el Colegio Convictorio de Monserrat (1687, pero ins talado después de la expulsión, en la Manzana jesuítica en año 1782), el Noviciado y áreas de servicios, talleres de ofi cios y sector de plantación de verduras. La Estancia Caroya fue el primero de los establecimientos rurales organizado por la Compañía en 1616, asociado al mantenimiento del Colegio convictorio de Monserrat y a la residencia de vera no de sus estudiantes.
La Estancia Jesús María fue el segundo núcleo productivo del sistema que se construyó a partir de 1618. Esta estancia es
por su producción vitivinícola, la que alcanzó un alto grado de desarrollo y calidad, se prolongó en el tiempo y constituyó la identidad de la zona. La Estan cia Santa Catalina se fundó en 1622, y es la que conservó el mayor conjunto edificado por la Compañía de Jesús fue ra de la ciudad de Córdoba. Fue un importante centro de producción agropecuaria (con miles de cabezas de ganado mular, vacuno y ovino que se detallará en la siguiente parte de este escrito).
La Estancia Alta Gracia fundada en el año 1643, está situa da en el corazón mismo de esa localidad, el templo es hoy la iglesia parroquial de la ciudad y en la Residencia funcio na el Museo Nacional “Casa del Virrey Liniers”, y su tajamar se destaca como un elemento identitario de Alta Gracia. La Estancia La Candelaria está enclavada en plena sierra, organizada y consolidada a partir de 1683, constituyó el mejor ejemplo de establecimiento rural serrano productor de ganadería extensiva. Actualmente, se trata de una tipo logía de patrimonio único en la Provincia de Córdoba, que constituye una situación intermedia entre fortín y residen cia con santuario (Museo Histórico UNC, 2019).
Antecedentes
Los jesuitas arribaron a América unos años después de la fundación de su congregación en la iglesia Católica, y cuando residieron en Perú decidieron emprender su misión unos hacia el este (actual área geográfica de Misiones) y otros hacia el sur con destino hacia Córdoba del Tucumán, que había sido fundada en el año 1573.
Algunos registros de estudios prehistóricos presumen que la zona geográfica hacia el Oeste donde se encuentran las Sierras Pampeanas (actualmente llamadas Sierras Chicas), fueron habitadas hace 10.000 años atrás aproximadamente. Son antiguas, de poca altura, con cumbres redondeadas y que bradas, y están caracterizadas para dar origen a una abun dante cantidad de cuencas de ríos y valles modelados por arroyos y vertientes1, cuyos cauces presentan recorridos en dirección oeste-este presentando máximos caudales du rante el verano, con crecidas violentas e inesperadas tras las lluvias que se concentran en el verano. A pesar de la adversidad ambiental, las culturas que residieron allí en el período colonial fueron las agroalfareras que se establecie ron en el año 1.000 d.C., definidas como los comechingo nes, en cambio hacia el norte de Córdoba se encontraban los sanavirones que vivían en grupos e hicieron represas con el agua de lluvia, fabricaron alfarería y produjeron el hacha pulida.
En el momento en que los jesuitas se encontraron con los pueblos originarios, estos existieron como agricultores mansos, sembraban maíz, porotos, comieron algarroba y piquillín, pescaban y cazaban vizcachas, liebres, avestruces y sus huevos, comadrejas, venados y poseyeron llamas y guanacos, hilaban y se cubrieron con pieles de camélidos (Núñez, C. J., 1980), vivieron en habitaciones semienterradas con techo de ramas y cueros para cubrirse del frío y del viento.Conforme a las propiedades ecotonales de la región, en su fauna pode mos encontrar: Coipo, Comadreja común, Corzuela parda, Cuis común, Gato del pajonal, Gato montés, Liebre, Mulita orejuda, Pecaríde collar, Peludo o mataco, Puma concolor, Quirquincho bola, Zorro gris, Vizcacha, y otros.
El microclima de la región es semidesértico y de precipitaciones escasas, por estos motivos las primeras obras de los jesuitas en aquel momento, dentro del sector de las estancias fueron de ingeniería hidráulica. Sus sistemas hidráulicos tenían por finalidad el suministro de agua para riego de sus campos y huertas y suministro de energía para el movimiento de sus molinos y batanes. En las Estancias Jesuíticas de Córdoba: Caroya (1616), Alta Gracia (1643), Santa Catalina (1622) y La Candelaria (1683) las pendien tes propiciaron la construcción de diques artificiales denominados “Tajamares”, para acumular agua para el aprovechamiento de los recursos hídricos locales, adaptándose al medio ambiente natural sin generar impacto negativo, que luego era conducida por canales o acequias. El cuidado por la naturaleza y por sus habitantes fue uno de los principios sostenidos por el proyecto jesuíti co encarnado en su misión, que se fundamentaba en la búsqueda del equilibrio entre preservación, recuperación y desarrollo basado en la armonía entre la persona y su lugar, comprendidos desde una visión integral.
En lo que es actualmente el territorio argentino, el significado de las relaciones de los esclavos africanos con los amos, no fue como en otros territorios americanos de aquella época, no era sólo de servidumbre, aquí actuaban, tenían iniciativa y agencia, ellos nos impregnaron de conocimientos sobre cuestiones medicinales, agrícolas, manejo de la madera, el hierro y música4. Fue de primordial interés y preocupación constante para los Provinciales jesuitas el control de su bienestar: su alimentación, su salud, vestimenta, higiene, su vivienda, su educación y el tratamiento de los enfermos era considerado de suma seriedad, se les infundía el sentido de autonomía sobre los propios medios de subsistencia y les otorgaban cargos de dirección. El jesuita mantenía una actitud paternalista, incluso usaban las mismas palabras para dirigirse a ellos y a los niños españoles, porque su preocupación moral cristiana apuntaba al cuidado y aprovechamiento del bien del capital más valioso que era su personal de servicio (Troisi, J., 2002).
En el año 1599 los jesuitas consolidaron su asentamiento en la actual manzana jesuítica que les otorgaron con la orden de difundir la Fe, ampliar conocimientos y dedicarse a la for mación de religiosos, como también el establecimiento de la residencia, colegio e iglesia, los cuales se comprometieron a mantenerlos económicamente en tiempos muy difíciles. Pri mero conformaron la Provincia Jesuítica para la administra ción de sus autoridades en el territorio, un sistema religioso centrado en la localidad de Córdoba, quedando establecida allí la capital de la extensa “Provincia Jesuítica del Paraguay” (que incluía territorios de los actuales países de Argentina, Paraguay, Brasil, Bolivia, Uruguay y Chile). Luego se insti tuyó el Institutum Societatis Iesu con las constituciones de Ignacio de Loyola, para preparar a los novicios ingresantes a la formación para ser sacerdotes jesuitas.
Este conjunto jesuítico de Córdoba desarrolló un alto nivel cultural y social, que lo compararon con otros conjuntos je suíticos latinoamericanos ante la importancia que logró la Universidad en la región mediante un proceso de la evange lización a través de la educación, y las diversas respuestas creativas que se manifestaron en el arte, la preparación de oficios y profesiones, y en la arquitectura que se exteriorizó en sus edificios, que experimentaron en un largo proceso de dos etapas bien diferenciadas: la primera de asentamien to y la segunda de consolidación5.
La arquitectura jesuítica tuvo una enorme influencia en el territorio Latinoamericano, expandiéndose su influencia con notable fluidez. Sus estancias estaban dispuestas a centralizar entre 200 y 400 personas, de las cuales eran sólo dos o tres padres je suitas y los demás eran esclavos africanos, de los cuales la arquitectura tomó forma de los requerimientos de las acti vidades y el rol que ocupaban cada uno de sus habitantes. Como resultado de un sencillo programa de necesidades fueron proyectados los establecimientos con cierta seme janza en su distribución, incluso su organización claustral no variaba mayormente con el Colegio o el sector de los padres ubicados dentro de una misión (Comisión del Pro yecto. 2002, p. 78).
Para asegurar el sustento económico de estos emprendi mientos educativos gratuitos era necesario hacer efectivo nucleamientos poblacionales educativos, espirituales y productivos como las descriptas anteriormente, que se re cibieron en parte de forma de donación y con sistema de compra y venta situados en el pedemonte del sector Este de las sierras, en donde se organizó y consolidó el sistema de establecimientos rurales productivos para sustentar la casa de estudios de Córdoba (Díaz Nuñez, F. A., 1999). Los jesuitas mantuvieron en sus estancias tres actividades laborales de importancia: una el desarrollo de la agricultura y molienda de granos muy importante en Córdoba, otra una incipiente producción textil y finalmente el tan redituable por entonces comercio de mulas. Es así que el conjunto de sitios queda afianzado en su totalidad, representativo de una peculiar de organización territorial y complemento económico entre establecimientos urbanos y rurales, que posibilitó a la Compañía de Jesús el cumplimiento de sus metas educacionales y evangelizadoras.
2- LA ESTANCIA SANTA CATALINA Y SU CONTEXTO GEOGRÁFICO CULTURAL
La Estancia Santa Catalina como también las otras estancias jesuíticas que tuvieron las funciones de sostener con su producción al Noviciado de la Compañía de Jesús, fue además lugar de descanso y vacaciones de los estudiantes llegando a ser uno de los centros jesuitas más importan tes de producción agropecuaria y pre fabril en esta época señalada, y de ser parte del conjunto “proyectado como una sola unidad de acción cristiana y civilizadora…” para las culturas originarias y africanas (Núñez, C. J., 1980, p. 101). Actualmente es el edificio jesuítico que conserva en mejor estado de su construcción y mantiene las caracterís ticas ambientales de su contexto desde el momento en que estuvo a cargo de la Compañía de Jesús en este territorio cordobés.
Los límites geográficos del territorio de Santa Catalina en época de actividad producida por los jesuitas, fue norte al río Ongamira con su valle, al sur el río Ascochinga y en el sentido este-oeste el territorio se extiende desde río Santa Catalina hasta las cumbres de las sierras chicas. Luego en el año 1764 aprox. don Ángel Peredo otorga merced al Colegio y Noviciado de las tierras que están desde esta Estancia río abajo por el este y hacia el sur las tierras de Chavascate o del Carnero donde se encontraba una posta del camino al Alto Perú.
El por qué previamente a la venta Frazon nombró a San ta Catalina con este nombre, fue por la influencia de Fray Hernando de Trejo y Sanabria quien había fundado en el año 1608 aprox. el seminario en Santiago del Estero bajo la advocación de Santa Catalina de Alejandría.
El proyecto jesuítico y sus principios se forjaron en la estan cia de Santa Catalina en su totalidad, razón confirmada por el obispo Fray Zenón Bustos a principios del siglo XX que la llamó “la estancia madre”, por superar en mucho a todas las otras en los haberes que poseía la Compañía de Jesús. En el conjunto se destaca el desarrollo de tecnologías diseñadas con los recursos materiales y humanos locales; y la utiliza ción de los diversos saberes de la Orden y la mano de obra de pueblos originarios y de africanos que produjeron expre siones arquitectónicas, tecnológicas y artísticas mestizas, donde se manifestaron influencias manieristas y barrocas comprendidas en un proceso de inculturación.
Los pueblos originarios que permanecieron en tierras de Santa Catalina fueron los sanavirones que llegaron siglos después de los comechingones y avanzaron en el territorio, fueron mansos por las escasas armas con las que vivieron los jesuitas en esta Estancia hasta el día de su expulsión, tuvieron diversidad de ocupaciones aquí, y con los enco
menderos hacían trabajos rudos. Los jesuitas trabajaban a la par de los demás, generalmente se ocupaban en las labores del campo, y los puesteros en su mayoría eran afri canos (Núñez, C. J., 1980, p. 66). Toda la comunidad que trabajaba en los servicios que vivió y se estableció en la es tancia consolidaron características particulares, como que los hijos no llevaran el apellido de su padre y podía llevar el de su madre, también era común que varones y mujeres se casaran hasta tres veces.
Las actividades productivas que realizaron fueron la textil, huerta, carpintería, se incluyó un obraje de tejidos de lana y algodón cuya confección estarían a cargo de los africanos, actividades de molienda y pastaban ganados, sobre todo mulares, que luego eran vendidos en Potosí y otras ciudades norteñas.
En cuanto al patrimonio edilicio compuesto por la cons trucción arquitectónica y de ingeniería pre fabril de la es tancia Santa Catalina11 que se lograron en este período je suítico, fueron:
Arquitectura del Casco de la Estancia: habitaciones con galería para religiosos y noviciado, iglesia. El autor de la iglesia fue una artista destacado en aquel ambiente social del XVIII, los documentos constatan que el hermano jesuita Antonio Harls, arquitecto alemán vivió en Córdoba desde los inicios de su construcción en el año 1750 aprox. hasta el extrañamiento. Entre los libros de gastos de la estancia, aparece la fecha en que finalizó la construcción de la igle
sia que fue el 25 de noviembre de 1760 (según Documen tos de Arte Argentino, 1940), como también cementerio, ranchería, obraje y 51 cuartos en forma de claustros con patio central, huerta cercada con muro de ladrillo y piedra.
Composición del conjunto construido para la actividad productiva: Tajamar, para aprovechar la acequia se en contraba generalmente el batán que servía para golpear, desengrasar y enfurtir los paños, construyeron molinos en todas sus estancias, acequias, galpón y herramientas para carpintería, 2 percheles donde guardar el maíz, 2 molinos, telares (en ranchería) y parajes en el territorio.
Tajamar: Comenzó su construcción en el año 1622 aprox., altura del cierre 8,40 m, volumen del embalse 57000 m3, superficie del espejo 6,71 Ha. actualmente con su espejo de agua. Todos los cierres fueron construidos con mortero de cal y cantos y materiales sueltos para relleno.
Respecto a las obras hidráulicas que realizaron los jesui tas, las proyectaron utilizando las técnicas europeas en las que ellos fueron instruidos adaptándolas e integrándolas para la utilización adecuada de los recursos naturales loca les, generar los mínimos impactos en el ambiente y actuar sobre lo estrictamente necesario, con una proyección para la mayor durabilidad posible de la obra, que en la actuali dad se puede comprobar.
Esta iniciativa comenzó con un pedido de agua que los je suitas realizan en el año 1655 al gobernador de la Pro vincia del Tucumán para sus cementeras, y fue aceptado estableciéndose que puedan sacar acequia de las tierras de Ascochinga para Santa Catalina. Río arriba, el agua es conducida hacia la Estancia por una acequia de 7 km de lar go de donde nacen derivaciones a través de conductos subterráneos de dimensiones importantes (verdaderas obras de arte) y alternan en su trayecto tramos a cielo abierto, con soleras revestidas, mampuestos de roca del lugar o ladrillos de fábrica, laterales y cierre superior de mampostería o mediante túneles excavados en roca.
La Estancia y su tajamar en la actualidad están rodeados de un paraje de tipo rural, con zonas de campos y casas de veraneo, así su imagen original se mantiene intacta. Es importante destacar el diseño edilicio de estas obras rea
lizadas en consonancia con el ambiente insertos en esta zona de Córdoba basados en el conocimiento de los je suitas, adaptado al lugar y a los recursos disponibles para evitar crecidas, (hidrología) con la formación de fundacio nes (geotecnia) de muy buena calidad constructiva, que todavía se encuentran en uso.
Pero la esencia de Santa Catalina no sólo estaba compuesta por su exuberancia tangible, sino también se podían en contrar en la educación y en la música: un clave o clavicordio, siete violines, dos violones, una trompa marina y un arpa se mencionaban entre sus propiedades en la junta de temporalidades. Esto se debe al paso de Domingo Zípoli un humilde jesuita italiano compositor, maestro y escritor, que contaba con apenas 29 años de edad cuando llega con sus compañeros jesuitas en una expedición al Río de la Plata, que desde su llegada a Córdoba “reside por períodos en Santa Catalina en donde enseña música a los esclavos”, y donde muere en 1726.
Residente en esta estancia para el alivio de su enfermedad, donde la armonía del barroco se asocia a la serenidad ini gualable de las tardes, recibía Zípoli la Navidad y el Año nuevo y junto con la Fiesta, su fiesta, una muerte america na para el hijo del Viejo Mundo (Frías, P., 1975, p. 4). Otros aspectos a destacar fue el sistema de rentabilidad que funcionaba en Santa Catalina, que fue resultado de los beneficios obtenidos por la venta de excedentes al merca do, el aporte de la producción interna que los esclavos pro ducían como mano de obra en los obrajes y sombrererías, su propio vestuario y los textiles que componían el salario de los peones que se contrataba para las tareas estacionales. Al examinar los pagos de salarios regis trados en el “Libro de Conchabos” se observaron diferentes grados de endeudamiento, generalmente por adelanto de salario. Menos frecuente era que la estancia le debiera al peón. Además, en algunos casos los jesuitas perdonaron la deuda en forma total o parcial por caridad. En la visita realizada en enero de 1754 por el Provincial José Barrera la estancia poseía diez mil cabezas de ganado vacuno, fue ra de doscientos cincuenta bueyes; ganado yeguarizo con potrillo y potrancas, cinco mil quinientos; dos mil caballos; mil quinientas mulas de edad, mil de uno y mil de dos años; trescientos burros hechores y hasta seiscientas burras y burros ordinarios y mil ovejas (Núñez, C. J., 1980, p. 116), es importante considerar que en aquel período las mulas eran el medio de transporte más codiciado y la moneda de intercambio17.
Las propiedades jesuíticas fueron redituables mientras es tuvieron administradas por la Compañía de Jesús por la integración de diferentes actividades productivas y comer ciales y la cantidad de trabajadores cerca de 400 personas, pero cuando comenzó a administrarse por la Junta de las Temporalidades decayeron considerablemente. El estudio de algunas propiedades luego de la expulsión muestra que la venta de los esclavos contribuyó a la escasez de mano de obra (en esta Estancia quedaron 100 trabajadores), por lo que elevó la demanda de peones conchabados y en con secuencia debieron pagarse altos salarios afectando seria mente la rentabilidad de la hacienda (De La Fuente, 1988).
El adn del extrañamiento
El aporte esencial de pensamiento que motivó esta nueva forma de concebir a la sociedad, fue orientada por Francisco Suarez, teólogo, filósofo y jurista jesuita español, concebía que “Una sociedad que no tiene como fin formar hombre buenos, sino convertir a los hombres en buenos ciudadanos en la vida temporal, persiguiendo de consuno
el bien común en justicia y en paz… para que esta sociedad se pueda desarrollar y cumplir sus fines, se hace preciso contar con la autoridad legítima con capacidad para legis lar y de hacer cumplir la ley…¿quién es el depositario de la autoridad?...esa autoridad ha sido dada por Dios al pueblo o a la sociedad como su depositaria primigenia”. Esto no acordaba con la línea de pensamiento del Rey español en ese momento, por lo cual habría que buscar motivos para llevar a cabo la acción de la eliminación de su influencia y su posterior extrañamiento de los territorios, para finalizar en la supresión de la orden.
En sus instituciones educativas se ejercía el libre pensa miento, libre acceso a la lectura de libros y libertad de es píritu para revitalizar la enseñanza en el siglo XVIII, en ellas se desarrollaron diversas corrientes ideológicas, que en circunstancias generaban divergencias y tendencias dentro de la Compañía a las distintas escuelas teológicas que en ella existieron y que provocaban debates en su interior. Esta iniciativa tuvo reflejo en todos los países de Europa a partir de los últimos años del siglo XVII y que dio lugar en algún caso a ser el origen de la universidad de Halle en Alemania, en España quedó frustrada por la expulsión, ya que estos es tablecimientos, como todos los que estaban en sus manos, languidecieron. Los únicos religiosos presentes en la iniciativa de la fundación de las Academias de la Lengua y de la Historia de España fueran jesuitas.
El Estado español tenía una gran ambición en aprovecharse de los bienes de los jesuitas entre estas razones, porque creían que se hallaban en posesión de grandes riquezas, de las cuales la Hacienda Pública se hallaba tan necesitada.
Los jesuitas habían sido expulsados de los dominios por tugueses en 1759, Francia siguió ese ejemplo en 1762, y debido a esos antecedentes los jesuitas de España estaban esperando su suerte. Las órdenes reales en territorio Ame ricano se cumplieron con igual rudeza, siendo las Misiones y la Universidad de Córdoba las reducciones más afectadas.
Los inventarios levantados en las dis tintas Estancias cordobesas se puso de manifiesto que al tiempo de su expulsión eran ya numerosas las construccio nes y muchos proyectos que estaban paralizados. Inmen sos dominios fueron confiscados por la Corona cuando el 12 de julio de 1767 llegaron a Córdoba los delegados del Rey a cumplimentar sus decretos del 27 de febrero y 2 de abril de ese mismo año. De inmediato inventariaron y tasa ron todos los bienes de los jesuitas expulsados y en 1771, se designó la Junta de Temporalidades, obedeciendo la or den dada por Carlos III en su Real Cédula del 27 de marzo de 1769 para la administración de los bienes que queda ban, dispuso la venta entre otras cosas, todas las Estancias
Junta de Temporalidades
Obedeciendo la orden dada por Carlos III, en su Real Cédu la del 27 de marzo de 1769, se dispuso las ventas de pro piedades jesuitas. El Dr. Don Antonio Aldao fue destinado por el Gobernador para verificar la Estancia de Santa Cata lina, el Real Decreto de extrañamiento de los religiosos de la Compañía y ocupación de la Temporalidades del 12 de julio 1767. Llegó a la Estancia a las 3,30hs de la mañana, con otro pretexto tocan la puerta principal, y juntan a los 6 jesuitas que habían en ella (3 sacerdotes, 2 hermanos coadjuntores y 1 hermano novicio). Un probable diálogo haya existido entre el Superior de la estancia jesuítica de Santa Catalina y el oficial que los expulsa, que relata este último donde reconoce el valor educativo y humano efec tuado en la sociedad por los jesuitas con el fin de construir una civilización con conciencia, pero tenía que obedecer al reproche del Rey de España y proceder con el desalojo de ellos, interpreta Frías, P. J. (1975).
El inventario de la casa que se hizo efectivo el día 17 de julio de 1767, que realizó la Junta de Temporalidades de Córdoba de la estancia Santa Catalina fue el siguiente: casa de 3 patios, hacia el norte de la casa una huerta: 3.682 sepas, 207 manzanos, 24 guindos, 14 nogales, 14 higueras, 15 naranjos, 2 limas, 2 granados, 6 perales, 200 durazneros, 314 membrillos, herramientas de carpintería, labranza de tierra, de construcción, de trabajo de campo y para caballos, vestimenta, libros religiosos, sobre agri cultura, geografía historia universal, diccionarios español y quichua, cartas, telas y objetos para costura, 2 espadas.
Los nuevos propietarios
Luego de la expulsión, la Junta de Temporalidades le entre gaba los títulos de propietario por su compra a Francisco Antonio Díaz teniente coronel de los reales ejércitos y luego alcalde de primer voto, que no la vivió como una hacienda sino como un destino, mantener la iglesia con la correspon diente decencia. Compró con todas sus tierras, esclavos, edificios, y el ganado bajo condiciones: la iglesia con todas sus funciones sin que la Junta pueda otorgar otro destino haciéndose cargo de todos sus gastos, con un capellán efec tivo que suministre el Pasto Espiritual para los esclavos y vecinos al cual se le ofreció todos los ornamentos pertene cientes a la iglesia. El ganado en su totalidad pero tasado según sus condiciones, y el pedido de seis años para pagar la totalidad del monto bajo declaración. Continuó las obras y completó la “Estancia”, tan querida y cuidada por sus des cendientes, para las funciones, la iglesia se tornará más aco gedora aún, con sus espléndidas alfombras y las imágenes de la patrona y de san José ricamente vestidas.
Luego, su hijo sucesor de Santa Catalina el coronel José Javier Díaz, que tuvo que afrontar las contradicciones de la patria naciente entre el año 1810 y 1811 integró y presidió la Pri mera Junta constituida en Córdoba por imposición de Buenos
Aires, y el de su primer suegro que fue un realista fiel y sacri ficó su vida en la contrarrevolución, se propuso el desafío de abrazar a la Estancia como destino y enalteció su servicio. En el año 1813 el gobernador de Córdoba Santiago Carrera tuvo que retirarse a Mendoza, delegó el mando a José Javier Díaz, quién lo ejerció hasta julio del mismo año hasta que entregó el gobierno al coronel Francisco Javier de Viana enviado por Buenos Aires.
Gráfico: Árbol genealógico de los primeros propietarios de la Estancia Santa Catalina.
Fuente: Díaz Nuñez, Francisco Antonio. (2005). Santa Catalina. La Casa de los Díaz
Luego de haber jurado la Independencia, él decide renun ciar al cargo de Gobernador el 14 de septiembre de 1816 por el motivo de la decisión tomada de trasladar el Con greso hacia Buenos Aires, en donde explicó el dominio de los porteños alejándolo de Tucumán donde las Provincias autónomas del interior se podían expresar libremente, y que en aquellos momentos estaba localizado en el medio del territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En el año 1820 volvió a ser elegido como gobernador, y en 1826 fue gobernador sustituto hasta que fallece en el año 1829, por lo cual la administración de la Estancia quedó en manos de sus descendientes cuya división de campos quedó terminada en el año 1838 respetándose el derecho de primogenitura o mayorazgo de José Javier cuyos des cendientes quedaron a cargo de la casa y de los campos inmediatos a ella (Frías, P. J., 2001, p. 30).
Posteriormente se avecinaron tiempos de persecuciones im placables de las fuerzas rosistas a los recién llamados uni tarios que se pudo hacer muy poco por la Estancia. La resi dencia familiar fue completada en su totalidad por Francisco
Antonio Díaz con la colaboración de su hijo José Javier antes del año 1805. A Juana Isabel le correspondieron las de Asco chinga, Las Higuerillas y Escoba, y las tierras de Ongamira y las de Todos los Santos a corta distancia de los cerros Aspe ro y Esperanza y de la conocida Puerta del Cielo queda para María Clara Díaz, que esta última se la regala a su ahijada y sobrina nieta (Núñez, C. J., 1980, p. 196).
Diez años después de la Constitución, continuó la voz de guerra del “salvaje unitario”, pero cerca de 1870 se conso lidaron “transformaciones profundas: un campo nuevo y una nueva política levantarán la Argentina moderna”, pero la estancia criolla habrá sido la matriz de esa fecundación (Frías, P. J., 1975, p. 32).
Felipe había hecho la promesa de honrar a su patrona san ta Catalina, porque la religiosidad era un rasgo distintivo de su persona, por lo cual el presbítero Ríos escribirá años más tarde: profesa una particular devoción a santa Cata lina, titular de la iglesia y nombre del lugar donde tiene sus valiosos establecimientos de campo y acostumbra ob sequiar a la ilustre Virgen con solemnes fiestas costeadas por él y, lo que es más, con la recepción de los santos sacramentos. Así se instaló la “Función de Santa Catalina” misa solemne celebrada en Semana Santa primero y des pués el último domingo de enero, una misa con procesión que convoca a mucha gente: los del pueblo naturalmente, la familia Díaz y los veraneantes de los alrededores (Tagle de Cuenca, M., 2000, p. 3).
En 1860 aprox. Fragueiro se refugia en esta Estancia por esta razón los opositores sitiaron el lugar hasta que saliera y se rindiera. El general Roca que gobierna durante los ´80, se casa con una de las dueñas de la Estancia Santa Catalina como también Juárez Celman, situación por la cual, en el año 1890 este gobernante dona las actuales campanas de la iglesia.
Actualidad
La Estancia Santa Catalina, se halla en un paraje rural llamado San Lorenzo, en el departamento Totoral, a unos 20 km al noroeste de la ciudad de Jesús María, y a 12km de la localidad de Ascochinga. También a 70 kilómetros de la ciudad de Córdoba por ruta nacional 9 hasta Jesús María y luego por camino provincial secundario. Su región se la conoce como centro norte de producción agrícola ganadera, próxima al sistema serrano.
Pertenece al circuito cultural más visitado por los turistas del Área Turística Sierras Chicas que propone conocer tres de las cinco estancias construidas por la orden de los Jesuitas, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO que están próximas entre sí, y que son las Estancias de: Jesús María, Colonia Caroya y Santa Catalina, que se encuentran abiertas al público y ofrecen recorridos guiados.
Pero el atractivo particular de Santa Catalina no tiene esa be lleza humilde de las capillas serranas. Sus sólidas construc ciones de piedra y ladrillo, de principios del siglo XVIII, sub sisten todavía: la iglesia con su cúpula y sus torres; el antiguo
convento con sus claustros, salas y celdas; el cementerio; el noviciado; el tajamar, las acequias y los molinos son obras notables de ingeniería. De las otras: talleres, cuadras para es clavos, sólo quedan ruinas. Todo encerrado en imponentes murallas que también circunvalaban la huerta, y que hoy, en gran parte están intactas (Tagle de Cuenca, M., 2000, p, 4).
3- MEMORIAS, ESPACIOS Y
VIRTUOSIDADES COTIDIANAS COLECTIVAS
La última parte de este escrito que se presenta a continua ción, está centrada en las microhistorias de familiares here deros de la Estancia Santa Catalina y escritores, se trata de anécdotas y relatos literarios que se transmitieron de forma oral y que se establecieron como parte de la forma de dar a conocer el legado propio de este conjunto edilicio a razón de comprender el vínculo enraizado en su geografía asocia do a su comunidad y su vida cotidiana. Por estos motivos, en esta tercera instancia, nos introducimos al conocimiento de sus sentires y afectos que quedaron impresos en su me moria, como la descripción poética del paisaje atractivo que la identifica, de la autora Claudia Fernanda Huerga:
Atardece en Santa Catalina. A nuestras espaldas los muros de barro, cal y piedra y siglos, detrás las aguas del tajamar, más lejos la serranía, después el cielo. Todo es quietud, la naturaleza se pone en oración antes de recogerse en el sueño, todo es quietud, como en un cuadro, sólo el vuelo de algunos aguiluchos da señales de movimiento.
Larga, morosa, blandamente vuelan las aves, sus evoluciones atraen la vista como un augurio misterio so, detrás de ellas vuelan los pensamientos del futuro que pronto se hacen del presente y del pasado y por fin una sensación de eternidad nos invade. Esos agui luchos son testigos, impávidos testigos de todos los tiempos, Juan Kronfuss los dibujó con precisión, como símbolos o sílabas de una escritura y un alfabeto abo rigen. Ellos recuerdan lejanas épocas, largos interva los de horas detenidas, cincelados en cielos de plata vieja o de madera pintada.
Ellos divisaron desde la altura, el paso sigiloso del indígena descalzo tras de la corzuela cuya inocencia defendían las serpientes, también asistieron al ingre so del caballo y del caballero venidos de otros mun dos, y ahora nos ven pasar a nosotros, estruendosos, veloces, sin rumbo alguno, ellos seguirán volando los cielos rosados del atardecer. (2000, pp. 19)
Anochece: Detrás de los muros hay silencio campesino, silen cio sólo turbado por el tañido de una campana o la pausada voz de la historia porque detrás nuestro hay muros, ladrillos, piedras, argamasas, libros de histo ria. Podemos verlos u oírlos, sentirlos o sufrirlos, re cordarlos o vivirlos, lo único que no podemos hacer, no debemos hacer, es ignorarlos ni olvidarlos, ellos hablan continuamente como las aguas del arroyo al dialogar con la piedra y el musgo. Escuchamos como dentro de las caracolas y suenan voces apagadas por el tiempo, (…) alguien cruza por el patio iluminado con un calor de luna, ¿un gato, una sombra, un alma?, arriba el cielo negrísimo parece respiran con la luz de las estrellas, titilan como antes, como siempre.
Tan anclada está santa Catalina en su paisaje serra no que pareciera haber nacido y crecido en él; se ha convertido en parte de él y todas las líneas onduladas de la serranía próxima convergen en un centro de in terés pictórico que son sus campanas, su etérea vele ta. Detrás puede verse la cúpula, asentada en contra fuertes como fundados en el centro de la tierra. A un costado apreciamos la gracia recoleta de su famoso portal, de él sentimos surgir la música simple y llana de los campos impregnada con el alma de Doménico, del joven y dulce Doménico Zípoli que viajara tan lar gamente para encontrar el descanso eterno y aquí se hace más evidente que en parte alguna de la tierra.
Las edificaciones prolongadas al otro costado hablan del servicio popular, de la atención del culto, del diario cuidado de las cosas del templo. Más atrás adi vinamos las galerías del conventillo, los aposentos de los sacerdotes llegados de rincones mundiales, de la vieja Europa, del Asia, de la China, de España, de Ita lia, convocados por la tarea misional para la cual de clinaron ambiciones y honores, alegrías y amores, pa dres, hermanos, todo. Y acaso por eso, y más y más, se venga a convertir en mudo clamor, en emanación, en una suerte de rocío bendito, en una contaminación sagrada, acaso por eso Santa Catalina es como es ¡In comparable! (2000, pp. 20-25)
Otras narraciones que dan a luz la identidad propia de este conjunto, son representadas por sus propios herederos como las siguientes:
…Santa Catalina no tiene esa belleza humilde de las capillas serranas, de ella trasciende un cierto or gullo que no hiere porque es casi aire señoril, el que le imprimen su fábrica grandiosa, su escudo, que es el de los hijos de Loyola y el de la estirpe, que a la sombra protectora de la Santa ha vivido ya más de dos siglos (…) Aquí, la magnífica obra de los jesuitas cobra impulso en el orden espiritual y material.
Sus sólidas construcciones de piedra y ladrillo, del principio del siglo XVIII, subsisten todavía; la iglesia con su cúpula y sus torres, el antiguo convento con sus claustros, salas y celdas; el noviciado o conventillo; el tajamar, las acequias y los molinos, obras notables de la ingeniería. De las otras; almacenes, talleres, cuadras para esclavos, solo quedan ruinas. Todo encerrado en impotentes murallas, que también circunvalan la huerta, y que hoy, en gran parte, están intactas (…) Santa catalina a inspirado múltiples artistas, escritores, historiadores, literatos, paginas inolvidables, entre ellos, Kronfuss, Buschiazzo, Paul Groussac… (Frías de Cuenca, 1984, p. 4)
También una expresión poética de Pedro José Frías (1975) de la defunción del músico Doménico Zípoli en Santa Catalina:
Un último examen me ha declarado ya preparado para el ministerio, pero nadie sabe cuándo llegará el Obispo que pueda imponerme las manos. Soy un re ligioso sin sacerdocio y sin misa, soy un compositor que se ha quedado sin su inspiración obligado a re hacer un estilo que en algo ha dejado de ser suyo, un autor que no ha vuelto a imprimir una obra pero que ha compuesto lo más apto para los naturales y espa ñoles de estas tierras.
A los 37 años, todo en mí ha quedado trunco, justa mente en mí que quería concluir una cerrera sólo para madurar con la última etapa de la perfección que me fuere consentida. Madurar –pensaba yo en Prato- de pende de los fines, de la obra que encarna los valores; yo creía entonces que se maduraba en la última eta pa, no, entonces habría fracasado, y no me siento un fracasado, no, me bastaría haber enseñado la música que me enseñaron. La melancolía es la conciencia de mi privación, pero no me puedo confesar vacío, hay alguien que me aguarda y Alguien que me colma, he madurado en todo el camino recorrido, porque la ma durez no es la etapa final sino la manera de alcanzarla.
En 1677, enfermo en la estancia Santa Catalina, donde la armonía del barroco se asocia a la serenidad inigualable de las tardes, recibía Zípoli la Navidad y el Año nuevo y junto con la Fiesta su fiesta, una muerte americana para el hijo del Viejo Mundo.
Y la descripción de la celebración comunitaria más impor tante del sector que es la fiesta de Santa Catalina:
La función se celebra regularmente desde hace 150 años, Irene Gavier de la Torre, la recordó anteriormen te al siglo XX, “pero antes, -dice- se trataba de una misa solemne”. Una crónica del Seminario Ilustrado “Ascochinga” del 28 de enero de 1934, se refirió a esta fiesta como: “otra vez la tradicional fiesta de san ta Catalina, que brinda a los veraneantes de este y otro lado de la sierra Chica la oportunidad de asistir a una fiesta tradicional llena de carácter y de unción re ligiosa. La Iglesia, las imágenes antiguas que se sacan en procesión, los ornamentos y elementos de liturgia para la misa completan un paisaje colonial vivo que hace recordar a las generaciones anteriores y “revivir entre nosotros la antigua fe.”
Ascochinga y los poblados de la región invitan a to dos los veraneantes que asistan a ella, para que pue dan admirar el tesoro de arte y de fe que encierra esta iglesia, de exuberante “estilo y en estado de conser vación excelente”. Se pide a los asistentes respeto a los actos religiosos para que ella tenga el máximo de carácter y profundidad de comunión, porque la fun ción ha congregado a través del tiempo, a los descen dientes de Francisco Antonio Díaz, a jesuitas insignes, a ilustres hombres de la política, del derecho, de las ciencias y de las artes que comparten un mismo sen tir. Luego de la misa, continúa una antigua tradición familiar, en donde la familia se reúne compartiendo un almuerzo.
La función de Santa Catalina es símbolo de una mentalidad diferente que se expresa en la fe y en la sencillez de una promesa, celebración que revela una fidelidad que quiere ser mucho más que la repetición de actos, con expresión fraterna, todos contribuyen para que estas ceremonias sean un encuentro de fe, de comunión, de arte con un profundo sentido de familia. Y van ciento cincuenta años de esta fidelidad y de encuentro de una memoria que se revive y actuali za. (Frías de Cuenca, 2000, pp. 8-13)
Otra situación particular atribuida a la memoria colectiva, está incorporada al “Banco de la paciencia”:
El viejo banco de la paciencia, así llamado, ocupa un lugar en el rincón de uno de los claustros del histórico edificio colonial, allí está aún respetado por la actual generación; su sencillez no puede ser mayor: es una larga tabla de nogal que descansa sobre dos soportes ensamblados en sus extremos. En él descansaron todos los que vivieron bajo las bóvedas del Convento, más tarde convertido en mansión señorial, y de los que visitaron el antiguo refugio jesuítico. Ya no tiene en la actualidad el destino que tuvo durante medio siglo, no es ya el banco en que las madres a veces dormitando, cuidaban a los novios entregados allí a sus expresiones y confidencias propias de ese estado excepcional del alma; ya no es necesario el banco; la vigilancia materna no tiene hoy razón de ser; han cambiado los tiempos y costumbres más liberales han desterrado por inútil el banco centenario.
Pero ese pedazo de madera, va a hablarnos, al mirarlo de cosas que suscitan todo el interés y suave melan colía de lo que ha sido, y de personajes que ocuparon un sitio eminente en el escenario político y social. Mi llares de nombres estampados en la dura tabla abri llantada por los años se ven en confusión, y el primero que se destaca diciéndonos que una mano vigorosa reveladora de un gran espíritu, lo grabó en caracteres claros perforando hondo la madera, (…) es el nombre de Sarmiento con todas las letras que lo forman, (…) a su lado como una coincidencia léese el de Avellane da, también visitó Santa Catalina, y como el primero quiso dejar ese recuerdo (…) El de Carlos Pellegrini, que joven visitó Santa Catalina y que quiso dejar en el pobre banco la huella de su paso el de Juárez Celman, gobernador de Córdoba y presidente de la Repúbli ca, los de Ramón Cárcano, gobernador dos veces de Córdoba, y de Julio A. Roca, su antecesor. El de José M. Alvarez, también gobernador de Córdoba de grata memoria; y después la interminable lista de nombres de ministros, legisladores, magistrados y literatos, en tre los que se recuerdan: José del Viso, Calixto de la Torre, San Román, el general Edelmiro Mayer, y tantos otros… (Uriarte, M., Cordi, J. J.y Viale, J.G., 1983, p. 26)
Algunos acontecimientos que transcurrieron y reflejan la vida familiar que ocurría, se refleja en la entrevista a Hu bert Hobbs, arquitecto reconocido y miembro de la familia Díaz cuando expone las historias de los veranos de su ni ñez en Santa Catalina:
Éramos un pelotón de gente, todos nos llevábamos bien, jugábamos en los patios. Había una mesa larga para comer, ahí comían los grandes y nosotros, los más chicos, en otra mesa, después fue cambiando la cosa y nos pusieron una mesa al lado para que comamos todos juntos, pero hacíamos la vida que hace cualquier otro chico en el campo, andábamos a caba llo y hacíamos excursiones por las sierras. Mi padre que era inglés y muy deportista, nos llevaba a pescar y nos acompañaba a cabalgar por las sierras, los arro yos cercanos no son muy grandes, pero en sus ollas formaban casi piletas de natación. En verano eran tres meses enteros los que pasábamos ahí imagínate, lo pasábamos muy bien, (…) en la puerta de los come dores había cuatro campanas que sonaban de manera diferente, al sonar, sabíamos qué grupo familiar es taba comiendo, y había que estar a tiempo; el que no llegaba se embromaba.
Las anécdotas van iluminando de recuerdos los ojos de Hubert, en sus palabras se vislumbra la felicidad de ese pasado aventurero: un día hubo una guerra de huevos en la cocina (risas), me encantaba ir a la cocina porque ahí me convidaban mates y unas tortitas con chicharrón, era muy amigo de una de las cocineras. Estaba haciendo eta señora una comida con muchísimos huevos fritos, más de 70, eran como las 11 de la mañana, corté un pedazo de pan y pinché un huevo, una de las ayudantes de las cocineras me acusó y la otra me pegó un chirlo, yo me enojé y le tiré un huevo, y ella otro a mí, y así nos empezamos a tirar huevos entre todos los que iban apareciendo y no quedó ni uno (risas).
Y tiene más recuerdos para comentar, toda la gente de la zona pasaba por la iglesia y había que recibirlos con comida, era como que el centro de la zona estaba establecido en la estancia. Por las noches, había dos o tres piezas en las que se reunían todos los chicos a jugar, los grandes estaban en otras habitaciones y se ponían a bailar, me acuerdo porque los espiábamos
con mis primos. El tajamar era otra atracción para los niños, recuerda, aún hoy sigue siendo, nos bañába mos siempre en el lugar, una vez mi hermana evitó que se ahogara un primito, era difícil que los padres estuvieran atentos a todos porque éramos muchos chicos, apunta mientras va elaborando otra anécdota sobre el tajamar con el que los jesuitas se aseguraron un sistema de riego eficaz. Mi papá estaba pescando y, sin querer, me clavó el anzuelo en una de las meji llas, me dijo: no es nada, andá contale a mamá, pero decícelo despacio, al final me curaron y no fue nada grave. (Morello, 2007, pp. 28-30)
De acuerdo con estas exposiciones, podemos considerar que existe algo más que una historia que transcurrió en tiempo atrás que conserva un patrimonio del barroco colo nial, sino de una memoria protagonista de la historia que forjó la identidad de esta nación, una memoria viva presen te y que continúa trascendiendo en sus integrantes actua les y de otra memoria latente que quiere ser reconocida. Por estos motivos el próximo año 2022 se cumplen los 400 años de la concesión de esta Estancia a la Compañía de Jesús, circunstancia por la cual Santa Catalina se prepara para ofrecer una gran celebración de su origen jesuítico identidad que concibió su carácter y nobleza.
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