ESTANCIA JESUÍTICA SANTA CATALINA: geografias de su memoria colectiva

La Cátedra UNESCO en Seguridad Humana y Desarrollo Regional de la Universidad Blas Pascal, desde su inicio, promueve  a través de actividades de capacitación, investigación, docencia, difusión, promoción y vinculación, una variedad de  proyectos y programas concretos que contribuyen a la educación de la ciudadanía. Con la misión de fomentar la participación activa de la sociedad y la visión universal orientada  a la creación de capacidades, se involucra como entidad educativa, como vínculo con otros sectores –tanto públicos como privados- y como generadora de espacios de acción entre empresas, instituciones, ONGs y el Estado. 

Teniendo en cuenta lo anterior, esta publicación es una  oportunidad para dar a conocer la Estancia Jesuítica Santa  Catalina mediante esta investigación, de la cual su síntesis  se formalizó como narración para una guía turística, que  se difundirá para la comprensión de los acontecimientos más significativos a los visitantes que concurrirán a este  establecimiento. Es importante dar a conocer que estos  dos estudios asociados, forman parte de las publicaciones  divulgadas por dicha Cátedra (web: www.ubp.edu.ar - blog:  https://catedraenseguridadhumana.blogspot.com). 

En Argentina, a partir de la declaratoria como Patrimonio  Cultural Mundial de UNESCO al Conjunto de Sitios Jesuíticos de Córdoba en el año 2000, se produjo una revalorización del Patrimonio local, provincial y nacional que se  encontraba poco reconocido hasta el momento, en el cual  participaron en su gestión todos los ámbitos estatales y es  continuamente visitado por el turismo internacional.


Agradecimientos 

Especialmente nuestros agradecimientos al intendente de  la Estancia Jesuítica Santa Catalina arq. Javier Correa por  su colaboración en material bibliográfico, en correcciones  y disposición a solicitudes respecto a la realización de estos  documentos, al profesor Alberto Ferral por la gestión y logística, disposición, seriedad y calidad humana. A la Comi sión directiva de la Estancia Santa Catalina, especialmente  a arq. Daniel De la Torre y Elvira De la Torre por su apoyo  y disposición, arq. Florencia Cuenca y toda la familia que  colaboró con sus memorias escritas y su confianza en este  proyecto. 

También nuestros agradecimientos a Dra. M C Patricia Mo rales (Universidad de Lovaina) que aportó generosamente  con la revisión del escrito, principalmente a la Universidad  Blas Pascal por otorgarnos acceso a este proyecto, y a sus  docentes y estudiantes: Lic. Luciana Ferral por su gentileza  en contribuir con su producción fotográfica de la Estancia,  a la Lic. Mgt. Eugenia Alaniz directora de la Licenciatura  en Gestión Ambiental por su disposición a la admisión de  las estudiantes de esta carrera Nazarena Bulacios, Victoria  Falistoco y María Giuliana Zanetti que participaron como  equipo de investigación.




 1- Introducción 
LA IMPORTANCIA DEL CONJUNTO DE
SITIOS JESUÍTICOS  PATRIMONIO CULTURAL MUNDIAL. UNESCO
Valor universal del Conjunto Jesuítico 


En primer lugar presentamos una aproximación teórica de  porqué UNESCO destacó como Patrimonio Cultural de valor  Mundial al Conjunto de Sitios Jesuíticos de la provincia de  Córdoba, como también una visión amplia de la importante situación estratégica de esta obra en el período colo nial. Este contexto trata de explicar las condiciones que  le dieron origen a la Estancia Jesuítica Santa Catalina y su  desarrollo en el tiempo desde una perspectiva integradora, que en una primera etapa fue guiada por los jesuitas,  luego ocurrió el extrañamiento de ellos, y posteriormente  dio lugar a la familia Díaz que continuó su administración.  

Los criterios que utilizó Unesco para la selección del Con junto de Sitios Jesuíticos de Córdoba como Patrimonio Cul tural Mundial se centraron en el aporte de un único pre cedente construido en el siglo XVII, de una experiencia de 150 años de integración e inculturación religiosa, social,  económica, político y cultural. Un ejemplo de valor univer sal donde se fusionó las culturas europeas, pueblos origi narios americanos y africanos, en donde convergieron dos  tipos constructivos: por un lado, el diseño del convento  europeo con una iglesia principal, residencia y colegio en  la ciudad; y por otro, nuevos establecimientos y sistemas  productivos donde la iglesia, la residencia y sectores ope rativos se fusionaron para adaptar y lograr sistematizar un  territorio natural para la actividad rural (Unesco, 2020).  


Por estos motivos UNESCO lo designó en estos términos,  porque entendió que este legado jesuítico es uno de los  patrimonios

culturales más importantes que posee Argen tina. Como consecuencia el 20 de noviembre de 2000 en la  24ta Sesión del Comité de Patrimonio Mundial, esta insti tución internacional incorporó a su lista de legados destacados al Conjunto Jesuítico en Córdoba compuesto por la  Manzana de la Universidad y en un radio de 200 km apro ximadamente, las Estancias, que son actualmente los museos nacionales de Jesús María y Alta Gracia, los museos  provinciales de Caroya y La Candelaria, y Santa Catalina  de propiedad privada (Page, C., 2003), que también tienen  reconocimiento como Patrimonio Nacional y Provincial. 


Allí se organi zaron las empresas espirituales y culturales de la Compañía en Córdoba: la Sede Jesuítica Provincial de la Paraquaria  (1608), el Colegio Máximo (1610), la Universidad (1621- 22), el Colegio Convictorio de Monserrat (1687, pero ins talado después de la expulsión, en la Manzana jesuítica en  año 1782), el Noviciado y áreas de servicios, talleres de ofi cios y sector de plantación de verduras. La Estancia Caroya  fue el primero de los establecimientos rurales organizado  por la Compañía en 1616, asociado al mantenimiento del  Colegio convictorio de Monserrat y a la residencia de vera no de sus estudiantes. 


La Estancia Jesús María fue el segundo núcleo productivo  del sistema que se construyó a partir de 1618. Esta estancia es

por su producción vitivinícola, la que  alcanzó un alto grado de desarrollo y calidad, se prolongó  en el tiempo y constituyó la identidad de la zona. La Estan cia Santa Catalina se fundó en 1622, y es la que conservó  el mayor conjunto edificado por la Compañía de Jesús fue ra de la ciudad de Córdoba. Fue un importante centro de  producción agropecuaria (con miles de cabezas de ganado  mular, vacuno y ovino que se detallará en la siguiente parte  de este escrito).


La Estancia Alta Gracia fundada en el año 1643, está situa da en el corazón mismo de esa localidad, el templo es hoy  la iglesia parroquial de la ciudad y en la Residencia funcio na el Museo Nacional “Casa del Virrey Liniers”, y su tajamar  se destaca como un elemento identitario de Alta Gracia.  La Estancia La Candelaria está enclavada en plena sierra,  organizada y consolidada a partir de 1683, constituyó el  mejor ejemplo de establecimiento rural serrano productor  de ganadería extensiva. Actualmente, se trata de una tipo logía de patrimonio único en la Provincia de Córdoba, que  constituye una situación intermedia entre fortín y residen cia con santuario (Museo Histórico UNC, 2019). 


Antecedentes 


Los jesuitas arribaron a América unos años después de  la fundación de su congregación en la iglesia Católica, y  cuando residieron en Perú decidieron emprender su misión  unos hacia el este (actual área geográfica de Misiones) y  otros hacia el sur con destino hacia Córdoba del Tucumán,  que había sido fundada en el año 1573. 

Algunos registros de estudios prehistóricos presumen que la zona  geográfica hacia el Oeste donde se encuentran las Sierras  Pampeanas (actualmente llamadas Sierras Chicas), fueron  habitadas hace 10.000 años atrás aproximadamente. Son  antiguas, de poca altura, con cumbres redondeadas y que bradas, y están caracterizadas para dar origen a una abun dante cantidad de cuencas de ríos y valles modelados por  arroyos y vertientes1, cuyos cauces presentan recorridos en  dirección oeste-este presentando máximos caudales du rante el verano, con crecidas violentas e inesperadas tras  las lluvias que se concentran en el verano. A pesar de la  adversidad ambiental, las culturas que residieron allí en el  período colonial fueron las agroalfareras que se establecie ron en el año 1.000 d.C., definidas como los comechingo nes, en cambio hacia el norte de Córdoba se encontraban  los sanavirones que vivían en grupos e hicieron represas  con el agua de lluvia, fabricaron alfarería y produjeron el  hacha pulida.  


En el momento en que los jesuitas se encontraron con los  pueblos originarios, estos existieron como agricultores  mansos, sembraban maíz, porotos, comieron algarroba y  piquillín, pescaban y cazaban vizcachas, liebres, avestruces y sus huevos, comadrejas, venados y poseyeron llamas  y guanacos, hilaban y se cubrieron con pieles de camélidos  (Núñez, C. J., 1980), vivieron en habitaciones semienterradas con techo de ramas y cueros para cubrirse del frío y del  viento.Conforme a  las propiedades ecotonales de la región, en su fauna pode mos encontrar: Coipo, Comadreja común, Corzuela parda,  Cuis común, Gato del pajonal, Gato montés, Liebre, Mulita  orejuda, Pecaríde collar, Peludo o mataco, Puma concolor,  Quirquincho bola, Zorro gris, Vizcacha, y otros


El microclima de la región es semidesértico y de precipitaciones escasas, por estos motivos las primeras obras de  los jesuitas en aquel momento, dentro del sector de las  estancias fueron de ingeniería hidráulica. Sus sistemas hidráulicos tenían por finalidad el suministro de agua para  riego de sus campos y huertas y suministro de energía para  el movimiento de sus molinos y batanes. En las Estancias  Jesuíticas de Córdoba: Caroya (1616), Alta Gracia (1643),  Santa Catalina (1622) y La Candelaria (1683) las pendien tes propiciaron la construcción de diques artificiales denominados “Tajamares”, para acumular agua para el aprovechamiento de los recursos hídricos locales, adaptándose al  medio ambiente natural sin generar impacto negativo, que  luego era conducida por canales o acequias. El cuidado por la naturaleza y por sus habitantes fue  uno de los principios sostenidos por el proyecto jesuíti co encarnado en su misión, que se fundamentaba en la  búsqueda del equilibrio entre preservación, recuperación  y desarrollo basado en la armonía entre la persona y su  lugar, comprendidos desde una visión integral.


En lo que  es actualmente el territorio argentino, el significado de las  relaciones de los esclavos africanos con los amos, no fue  como en otros territorios americanos de aquella época, no  era sólo de servidumbre, aquí actuaban, tenían iniciativa  y agencia, ellos nos impregnaron de conocimientos sobre  cuestiones medicinales, agrícolas, manejo de la madera, el  hierro y música4. Fue de primordial interés y preocupación  constante para los Provinciales jesuitas el control de su  bienestar: su alimentación, su salud, vestimenta, higiene,  su vivienda, su educación y el tratamiento de los enfermos  era considerado de suma seriedad, se les infundía el sentido  de autonomía sobre los propios medios de subsistencia y les otorgaban cargos de dirección. El jesuita mantenía una  actitud paternalista, incluso usaban las mismas palabras  para dirigirse a ellos y a los niños españoles, porque su  preocupación moral cristiana apuntaba al cuidado y aprovechamiento del bien del capital más valioso que era su  personal de servicio (Troisi, J., 2002). 


En el año 1599 los jesuitas consolidaron su asentamiento en la actual manzana jesuítica que les otorgaron con la orden  de difundir la Fe, ampliar conocimientos y dedicarse a la for mación de religiosos, como también el establecimiento de la  residencia, colegio e iglesia, los cuales se comprometieron a  mantenerlos económicamente en tiempos muy difíciles. Pri mero conformaron la Provincia Jesuítica para la administra ción de sus autoridades en el territorio, un sistema religioso  centrado en la localidad de Córdoba, quedando establecida  allí la capital de la extensa “Provincia Jesuítica del Paraguay”  (que incluía territorios de los actuales países de Argentina,  Paraguay, Brasil, Bolivia, Uruguay y Chile). Luego se insti tuyó el Institutum Societatis Iesu con las constituciones de  Ignacio de Loyola, para preparar a los novicios ingresantes  a la formación para ser sacerdotes jesuitas.  

Este conjunto jesuítico de Córdoba desarrolló un alto nivel  cultural y social, que lo compararon con otros conjuntos je suíticos latinoamericanos ante la importancia que logró la  Universidad en la región mediante un proceso de la evange lización a través de la educación, y las diversas respuestas  creativas que se manifestaron en el arte, la preparación de  oficios y profesiones, y en la arquitectura que se exteriorizó  en sus edificios, que experimentaron en un largo proceso  de dos etapas bien diferenciadas: la primera de asentamien to y la segunda de consolidación5

La arquitectura jesuítica tuvo una enorme influencia en el  territorio Latinoamericano, expandiéndose su influencia  con notable fluidez. Sus estancias estaban dispuestas a centralizar entre 200 y  400 personas, de las cuales eran sólo dos o tres padres je suitas y los demás eran esclavos africanos, de los cuales la  arquitectura tomó forma de los requerimientos de las acti vidades y el rol que ocupaban cada uno de sus habitantes.  Como resultado de un sencillo programa de necesidades  fueron proyectados los establecimientos con cierta seme janza en su distribución, incluso su organización claustral  no variaba mayormente con el Colegio o el sector de los  padres ubicados dentro de una misión (Comisión del Pro yecto. 2002, p. 78). 

Para asegurar el sustento económico de estos emprendi mientos educativos gratuitos era necesario hacer efectivo  nucleamientos poblacionales educativos, espirituales y  productivos como las descriptas anteriormente, que se re cibieron en parte de forma de donación y con sistema de  compra y venta situados en el pedemonte del sector Este de las sierras, en donde se organizó y consolidó el sistema  de establecimientos rurales productivos para sustentar la casa de estudios de Córdoba (Díaz Nuñez, F. A., 1999).  Los jesuitas mantuvieron en sus estancias  tres actividades laborales de importancia: una el desarrollo  de la agricultura y molienda de granos muy importante en  Córdoba, otra una incipiente producción textil y finalmente  el tan redituable por entonces comercio de mulas. Es así que el conjunto de sitios queda afianzado en su totalidad,  representativo de una peculiar de organización territorial y  complemento económico entre establecimientos urbanos  y rurales, que posibilitó a la Compañía de Jesús el cumplimiento de sus metas educacionales y evangelizadoras.  





2- LA ESTANCIA SANTA CATALINA Y SU CONTEXTO GEOGRÁFICO CULTURAL


La Estancia Santa Catalina como también las otras estancias jesuíticas que tuvieron las funciones de sostener con  su producción al Noviciado de la Compañía de Jesús, fue  además lugar de descanso y vacaciones de los estudiantes  llegando a ser uno de los centros jesuitas más importan tes de producción agropecuaria y pre fabril en esta época  señalada, y de ser parte del conjunto “proyectado como  una sola unidad de acción cristiana y civilizadora…” para  las culturas originarias y africanas (Núñez, C. J., 1980, p.  101). Actualmente es el edificio jesuítico que conserva en  mejor estado de su construcción y mantiene las caracterís ticas ambientales de su contexto desde el momento en que  estuvo a cargo de la Compañía de Jesús en este territorio  cordobés.  


Los límites geográficos del territorio  de Santa Catalina en época de actividad producida por los  jesuitas, fue norte al río Ongamira con su valle, al sur el  río Ascochinga y en el sentido este-oeste el territorio se  extiende desde río Santa Catalina hasta las cumbres de las  sierras chicas. Luego en el año 1764 aprox. don Ángel Peredo  otorga merced al Colegio y Noviciado de las tierras que están desde esta Estancia río abajo por el este y hacia el sur las  tierras de Chavascate o del Carnero donde se encontraba  una posta del camino al Alto Perú

El por qué previamente a la venta Frazon nombró a San ta Catalina con este nombre, fue por la influencia de Fray  Hernando de Trejo y Sanabria quien había fundado en el  año 1608 aprox. el seminario en Santiago del Estero bajo  la advocación de Santa Catalina de Alejandría.


El proyecto jesuítico y sus principios se forjaron en la estan cia de Santa Catalina en su totalidad, razón confirmada por  el obispo Fray Zenón Bustos a principios del siglo XX que la  llamó “la estancia madre”, por superar en mucho a todas las  otras en los haberes que poseía la Compañía de Jesús. En el  conjunto se destaca el desarrollo de tecnologías diseñadas  con los recursos materiales y humanos locales; y la utiliza ción de los diversos saberes de la Orden y la mano de obra  de pueblos originarios y de africanos que produjeron expre siones arquitectónicas, tecnológicas y artísticas mestizas, donde se manifestaron influencias manieristas y barrocas  comprendidas en un proceso de inculturación. 


Los pueblos originarios que permanecieron en tierras de  Santa Catalina fueron los sanavirones que llegaron siglos  después de los comechingones y avanzaron en el territorio,  fueron mansos por las escasas armas con las que vivieron  los jesuitas en esta Estancia hasta el día de su expulsión,  tuvieron diversidad de ocupaciones aquí, y con los enco 

menderos hacían trabajos rudos. Los jesuitas trabajaban  a la par de los demás, generalmente se ocupaban en las  labores del campo, y los puesteros en su mayoría eran afri canos (Núñez, C. J., 1980, p. 66). Toda la comunidad que  trabajaba en los servicios que vivió y se estableció en la es tancia consolidaron características particulares, como que  los hijos no llevaran el apellido de su padre y podía llevar el  de su madre, también era común que varones y mujeres se  casaran hasta tres veces.


Las actividades productivas que  realizaron fueron la textil, huerta, carpintería, se incluyó  un obraje de tejidos de lana y algodón cuya confección  estarían a cargo de los africanos, actividades de molienda  y pastaban ganados, sobre todo mulares, que luego eran  vendidos en Potosí y otras ciudades norteñas.  

En cuanto al patrimonio edilicio compuesto por la cons trucción arquitectónica y de ingeniería pre fabril de la es tancia Santa Catalina11 que se lograron en este período je suítico, fueron:  

Arquitectura del Casco de la Estancia: habitaciones con  galería para religiosos y noviciado, iglesia. El autor de la  iglesia fue una artista destacado en aquel ambiente social  del XVIII, los documentos constatan que el hermano jesuita  Antonio Harls, arquitecto alemán vivió en Córdoba desde  los inicios de su construcción en el año 1750 aprox. hasta  el extrañamiento. Entre los libros de gastos de la estancia,  aparece la fecha en que finalizó la construcción de la igle 

sia que fue el 25 de noviembre de 1760 (según Documen tos de Arte Argentino, 1940), como también cementerio,  ranchería, obraje y 51 cuartos en forma de claustros con  patio central, huerta cercada con muro de ladrillo y piedra. 



Composición del conjunto construido para la actividad  productiva: Tajamar, para aprovechar la acequia se en contraba generalmente el batán que servía para golpear,  desengrasar y enfurtir los paños, construyeron molinos en  todas sus estancias, acequias, galpón y herramientas para  carpintería, 2 percheles donde guardar el maíz, 2 molinos,  telares (en ranchería) y parajes en el territorio.


Tajamar: Comenzó su construcción en el año 1622 aprox.,  altura del cierre 8,40 m, volumen del embalse 57000 m3,  superficie del espejo 6,71 Ha. actualmente con su espejo  de agua. Todos los cierres fueron construidos con mortero  de cal y cantos y materiales sueltos para relleno. 

Respecto a las obras hidráulicas que realizaron los jesui tas, las proyectaron utilizando las técnicas europeas en las  que ellos fueron instruidos adaptándolas e integrándolas  para la utilización adecuada de los recursos naturales loca les, generar los mínimos impactos en el ambiente y actuar  sobre lo estrictamente necesario, con una proyección para  la mayor durabilidad posible de la obra, que en la actuali dad se puede comprobar.  


Esta iniciativa comenzó con un pedido de agua que los je suitas realizan en el año 1655 al gobernador de la Pro vincia del Tucumán para sus cementeras, y fue aceptado  estableciéndose que puedan sacar acequia de las tierras  de Ascochinga para Santa Catalina. Río arriba, el agua es  conducida hacia la Estancia por una acequia de 7 km de lar go de donde nacen derivaciones a través de conductos subterráneos de dimensiones importantes (verdaderas obras  de arte) y alternan en su trayecto tramos a cielo abierto,  con soleras revestidas, mampuestos de roca del lugar o  ladrillos de fábrica, laterales y cierre superior de mampostería o mediante túneles excavados en roca.



La Estancia y su tajamar en la actualidad están rodeados  de un paraje de tipo rural, con zonas de campos y casas  de veraneo, así su imagen original se mantiene intacta. Es  importante destacar el diseño edilicio de estas obras rea 

lizadas en consonancia con el ambiente insertos en esta  zona de Córdoba basados en el conocimiento de los je suitas, adaptado al lugar y a los recursos disponibles para  evitar crecidas, (hidrología) con la formación de fundacio nes (geotecnia) de muy buena calidad constructiva, que  todavía se encuentran en uso. 

Pero la esencia de Santa Catalina no sólo estaba compuesta  por su exuberancia tangible, sino también se podían en contrar en la educación y en la música: un clave o clavicordio, siete violines, dos violones, una trompa marina y un  arpa se mencionaban entre sus propiedades en la junta de  temporalidades. Esto se debe al paso de Domingo Zípoli un humilde jesuita italiano compositor, maestro y escritor,  que contaba con apenas 29 años de edad cuando llega con  sus compañeros jesuitas en una expedición al Río de la  Plata, que desde su llegada a Córdoba “reside por períodos  en Santa Catalina en donde enseña música a los esclavos”,  y donde muere en 1726.


Residente en esta estancia para el alivio de su enfermedad,  donde la armonía del barroco se asocia a la serenidad ini gualable de las tardes, recibía Zípoli la Navidad y el Año  nuevo y junto con la Fiesta, su fiesta, una muerte america na para el hijo del Viejo Mundo (Frías, P., 1975, p. 4). Otros aspectos a destacar fue el sistema de rentabilidad  que funcionaba en Santa Catalina, que fue resultado de los  beneficios obtenidos por la venta de excedentes al merca do, el aporte de la producción interna que los esclavos pro ducían como mano de obra en los obrajes y sombrererías,  su propio vestuario y los textiles que componían el salario  de los peones que se contrataba para las tareas estacionales. Al examinar los pagos de salarios regis trados en el “Libro de Conchabos” se observaron diferentes  grados de endeudamiento, generalmente por adelanto de  salario. Menos frecuente era que la estancia le debiera al  peón. Además, en algunos casos los jesuitas perdonaron  la deuda en forma total o parcial por caridad. En la visita  realizada en enero de 1754 por el Provincial José Barrera la  estancia poseía diez mil cabezas de ganado vacuno, fue ra de doscientos cincuenta bueyes; ganado yeguarizo con  potrillo y potrancas, cinco mil quinientos; dos mil caballos;  mil quinientas mulas de edad, mil de uno y mil de dos años;  trescientos burros hechores y hasta seiscientas burras y  burros ordinarios y mil ovejas (Núñez, C. J., 1980, p. 116),  es importante considerar que en aquel período las mulas  eran el medio de transporte más codiciado y la moneda de  intercambio17.  


Las propiedades jesuíticas fueron redituables mientras es tuvieron administradas por la Compañía de Jesús por la  integración de diferentes actividades productivas y comer ciales y la cantidad de trabajadores cerca de 400 personas,  pero cuando comenzó a administrarse por la Junta de las  Temporalidades decayeron considerablemente. El estudio  de algunas propiedades luego de la expulsión muestra que  la venta de los esclavos contribuyó a la escasez de mano  de obra (en esta Estancia quedaron 100 trabajadores), por  lo que elevó la demanda de peones conchabados y en con secuencia debieron pagarse altos salarios afectando seria mente la rentabilidad de la hacienda (De La Fuente, 1988)


El adn del extrañamiento  


El aporte esencial de pensamiento que motivó esta nueva  forma de concebir a la sociedad, fue orientada por Francisco Suarez, teólogo, filósofo y jurista jesuita español,  concebía que “Una sociedad que no tiene como fin formar  hombre buenos, sino convertir a los hombres en buenos  ciudadanos en la vida temporal, persiguiendo de consuno   

el bien común en justicia y en paz… para que esta sociedad  se pueda desarrollar y cumplir sus fines, se hace preciso  contar con la autoridad legítima con capacidad para legis lar y de hacer cumplir la ley…¿quién es el depositario de la  autoridad?...esa autoridad ha sido dada por Dios al pueblo  o a la sociedad como su depositaria primigenia”. Esto no  acordaba con la línea de pensamiento del Rey español en  ese momento, por lo cual habría que buscar motivos para  llevar a cabo la acción de la eliminación de su influencia y  su posterior extrañamiento de los territorios, para finalizar  en la supresión de la orden


En sus instituciones educativas se ejercía el libre pensa miento, libre acceso a la lectura de libros y libertad de es píritu para revitalizar la enseñanza en el siglo XVIII, en ellas  se desarrollaron diversas corrientes ideológicas, que en  circunstancias generaban divergencias y tendencias dentro  de la Compañía a las distintas escuelas teológicas que en  ella existieron y que provocaban debates en su interior. Esta iniciativa  tuvo reflejo en todos los países de Europa a partir de los  últimos años del siglo XVII y que dio lugar en algún caso  a ser el origen de la universidad de Halle en Alemania, en  España quedó frustrada por la expulsión, ya que estos es tablecimientos, como todos los que estaban en sus manos,  languidecieron. Los únicos religiosos  presentes en la iniciativa de la fundación de las Academias  de la Lengua y de la Historia de España fueran jesuitas.  

El Estado español tenía una gran ambición en aprovecharse  de los bienes de los jesuitas entre estas razones, porque  creían que se hallaban en posesión de grandes riquezas,  de las cuales la Hacienda Pública se hallaba tan necesitada.

 

Los jesuitas habían sido expulsados de los dominios por tugueses en 1759, Francia siguió ese ejemplo en 1762, y  debido a esos antecedentes los jesuitas de España estaban  esperando su suerte. Las órdenes reales en territorio Ame ricano se cumplieron con igual rudeza, siendo las Misiones  y la Universidad de Córdoba las reducciones más afectadas.  

Los inventarios levantados en las dis tintas Estancias cordobesas se puso de manifiesto que al  tiempo de su expulsión eran ya numerosas las construccio nes y muchos proyectos que estaban paralizados. Inmen sos dominios fueron confiscados por la Corona cuando el 12 de julio de 1767 llegaron a Córdoba los delegados del  Rey a cumplimentar sus decretos del 27 de febrero y 2 de  abril de ese mismo año. De inmediato inventariaron y tasa ron todos los bienes de los jesuitas expulsados y en 1771, se designó la Junta de Temporalidades, obedeciendo la or den dada por Carlos III en su Real Cédula del 27 de marzo  de 1769 para la administración de los bienes que queda ban, dispuso la venta entre otras cosas, todas las Estancias  


Junta de Temporalidades 


Obedeciendo la orden dada por Carlos III, en su Real Cédu la del 27 de marzo de 1769, se dispuso las ventas de pro piedades jesuitas. El Dr. Don Antonio Aldao fue destinado  por el Gobernador para verificar la Estancia de Santa Cata lina, el Real Decreto de extrañamiento de los religiosos de  la Compañía y ocupación de la Temporalidades del 12 de  julio 1767. Llegó a la Estancia a las 3,30hs de la mañana,  con otro pretexto tocan la puerta principal, y juntan a los  6 jesuitas que habían en ella (3 sacerdotes, 2 hermanos  coadjuntores y 1 hermano novicio). Un probable diálogo  haya existido entre el Superior de la estancia jesuítica de  Santa Catalina y el oficial que los expulsa, que relata este  último donde reconoce el valor educativo y humano efec tuado en la sociedad por los jesuitas con el fin de construir  una civilización con conciencia, pero tenía que obedecer al  reproche del Rey de España y proceder con el desalojo de  ellos, interpreta Frías, P. J. (1975). 


El inventario de la casa que se hizo efectivo el día 17 de  julio de 1767, que realizó la Junta de Temporalidades de  Córdoba de la estancia Santa Catalina fue el siguiente: casa  de 3 patios, hacia el norte de la casa una huerta: 3.682  sepas, 207 manzanos, 24 guindos, 14 nogales, 14 higueras, 15 naranjos, 2 limas, 2 granados, 6 perales, 200 durazneros, 314 membrillos, herramientas de carpintería, labranza de tierra, de construcción, de trabajo de campo  y para caballos, vestimenta, libros religiosos, sobre agri cultura, geografía historia universal, diccionarios español  y quichua, cartas, telas y objetos para costura, 2 espadas. 


Los nuevos propietarios 


Luego de la expulsión, la Junta de Temporalidades le entre gaba los títulos de propietario por su compra a Francisco  Antonio Díaz teniente coronel de los reales ejércitos y luego  alcalde de primer voto, que no la vivió como una hacienda  sino como un destino, mantener la iglesia con la correspon diente decencia. Compró con todas sus tierras, esclavos,  edificios, y el ganado bajo condiciones: la iglesia con todas  sus funciones sin que la Junta pueda otorgar otro destino  haciéndose cargo de todos sus gastos, con un capellán efec tivo que suministre el Pasto Espiritual para los esclavos y  vecinos al cual se le ofreció todos los ornamentos pertene cientes a la iglesia. El ganado en su totalidad pero tasado  según sus condiciones, y el pedido de seis años para pagar  la totalidad del monto bajo declaración. Continuó las obras  y completó la “Estancia”, tan querida y cuidada por sus des cendientes, para las funciones, la iglesia se tornará más aco gedora aún, con sus espléndidas alfombras y las imágenes  de la patrona y de san José ricamente vestidas. 


Luego, su hijo sucesor de Santa Catalina el coronel José Javier  Díaz, que tuvo que afrontar las contradicciones de la patria  naciente entre el año 1810 y 1811 integró y presidió la Pri mera Junta constituida en Córdoba por imposición de Buenos  

Aires, y el de su primer suegro que fue un realista fiel y sacri ficó su vida en la contrarrevolución, se propuso el desafío de  abrazar a la Estancia como destino y enalteció su servicio. En  el año 1813 el gobernador de Córdoba Santiago Carrera tuvo  que retirarse a Mendoza, delegó el mando a José Javier Díaz,  quién lo ejerció hasta julio del mismo año hasta que entregó  el gobierno al coronel Francisco Javier de Viana enviado por Buenos Aires. 



Gráfico: Árbol genealógico de los primeros propietarios de la Estancia Santa  Catalina. 

Fuente: Díaz Nuñez, Francisco Antonio. (2005). Santa Catalina. La Casa de los Díaz


Luego de haber jurado la Independencia, él decide renun ciar al cargo de Gobernador el 14 de septiembre de 1816  por el motivo de la decisión tomada de trasladar el Con greso hacia Buenos Aires, en donde explicó el dominio de  los porteños alejándolo de Tucumán donde las Provincias  autónomas del interior se podían expresar libremente, y que en aquellos momentos estaba localizado en el medio  del territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata.  En el año 1820 volvió a ser elegido como gobernador, y en  1826 fue gobernador sustituto hasta que fallece en el año  1829, por lo cual la administración de la Estancia quedó  en manos de sus descendientes cuya división de campos  quedó terminada en el año 1838 respetándose el derecho  de primogenitura o mayorazgo de José Javier cuyos des cendientes quedaron a cargo de la casa y de los campos  inmediatos a ella (Frías, P. J., 2001, p. 30). 


Posteriormente se avecinaron tiempos de persecuciones im placables de las fuerzas rosistas a los recién llamados uni tarios que se pudo hacer muy poco por la Estancia. La resi dencia familiar fue completada en su totalidad por Francisco  

Antonio Díaz con la colaboración de su hijo José Javier antes  del año 1805. A Juana Isabel le correspondieron las de Asco chinga, Las Higuerillas y Escoba, y las tierras de Ongamira y  las de Todos los Santos a corta distancia de los cerros Aspe ro y Esperanza y de la conocida Puerta del Cielo queda para  María Clara Díaz, que esta última se la regala a su ahijada y  sobrina nieta (Núñez, C. J., 1980, p. 196).  


Diez años después de la Constitución, continuó la voz de  guerra del “salvaje unitario”, pero cerca de 1870 se conso lidaron “transformaciones profundas: un campo nuevo y  una nueva política levantarán la Argentina moderna”, pero  la estancia criolla habrá sido la matriz de esa fecundación  (Frías, P. J., 1975, p. 32). 

Felipe había hecho la promesa de honrar a su patrona san ta Catalina, porque la religiosidad era un rasgo distintivo  de su persona, por lo cual el presbítero Ríos escribirá años  más tarde: profesa una particular devoción a santa Cata lina, titular de la iglesia y nombre del lugar donde tiene  sus valiosos establecimientos de campo y acostumbra ob sequiar a la ilustre Virgen con solemnes fiestas costeadas  por él y, lo que es más, con la recepción de los santos  sacramentos. Así se instaló la “Función de Santa Catalina”  misa solemne celebrada en Semana Santa primero y des pués el último domingo de enero, una misa con procesión  que convoca a mucha gente: los del pueblo naturalmente,  la familia Díaz y los veraneantes de los alrededores (Tagle de Cuenca, M., 2000, p. 3). 


En 1860 aprox. Fragueiro se refugia en esta Estancia por esta  razón los opositores sitiaron el lugar hasta que saliera y se  rindiera. El general Roca que gobierna durante los ´80, se casa con una de las dueñas de la Estancia Santa Catalina como  también Juárez Celman, situación por la cual, en el año 1890  este gobernante dona las actuales campanas de la iglesia. 


Actualidad  

La Estancia Santa Catalina, se halla en un paraje rural llamado San Lorenzo, en el departamento Totoral, a unos 20 km al  noroeste de la ciudad de Jesús María, y a 12km de la localidad  de Ascochinga. También a 70 kilómetros de la ciudad de Córdoba por ruta nacional 9 hasta Jesús María y luego por camino provincial secundario. Su región se la conoce como centro  norte de producción agrícola ganadera, próxima al sistema  serrano. 


Pertenece al circuito cultural más visitado por los turistas del  Área Turística Sierras Chicas que propone conocer tres de las  cinco estancias construidas por la orden de los Jesuitas, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO que están  próximas entre sí, y que son las Estancias de: Jesús María,  Colonia Caroya y Santa Catalina, que se encuentran abiertas  al público y ofrecen recorridos guiados.  

Pero el atractivo particular de Santa Catalina no tiene esa be lleza humilde de las capillas serranas. Sus sólidas construc ciones de piedra y ladrillo, de principios del siglo XVIII, sub sisten todavía: la iglesia con su cúpula y sus torres; el antiguo  

convento con sus claustros, salas y celdas; el cementerio; el  noviciado; el tajamar, las acequias y los molinos son obras  notables de ingeniería. De las otras: talleres, cuadras para es clavos, sólo quedan ruinas. Todo encerrado en imponentes  murallas que también circunvalaban la huerta, y que hoy, en  gran parte están intactas (Tagle de Cuenca, M., 2000, p, 4). 



3- MEMORIAS, ESPACIOS Y 

VIRTUOSIDADES COTIDIANAS  COLECTIVAS


La última parte de este escrito que se presenta a continua ción, está centrada en las microhistorias de familiares here deros de la Estancia Santa Catalina y escritores, se trata de  anécdotas y relatos literarios que se transmitieron de forma  oral y que se establecieron como parte de la forma de dar a  conocer el legado propio de este conjunto edilicio a razón  de comprender el vínculo enraizado en su geografía asocia do a su comunidad y su vida cotidiana. Por estos motivos,  en esta tercera instancia, nos introducimos al conocimiento  de sus sentires y afectos que quedaron impresos en su me moria, como la descripción poética del paisaje atractivo que  la identifica, de la autora Claudia Fernanda Huerga: 

Atardece en Santa Catalina. A nuestras espaldas los  muros de barro, cal y piedra y siglos, detrás las aguas  del tajamar, más lejos la serranía, después el cielo.  Todo es quietud, la naturaleza se pone en oración antes de recogerse en el sueño, todo es quietud, como  en un cuadro, sólo el vuelo de algunos aguiluchos da  señales de movimiento. 


Larga, morosa, blandamente vuelan las aves, sus  evoluciones atraen la vista como un augurio misterio so, detrás de ellas vuelan los pensamientos del futuro  que pronto se hacen del presente y del pasado y por  fin una sensación de eternidad nos invade. Esos agui luchos son testigos, impávidos testigos de todos los  tiempos, Juan Kronfuss los dibujó con precisión, como  símbolos o sílabas de una escritura y un alfabeto abo rigen. Ellos recuerdan lejanas épocas, largos interva los de horas detenidas, cincelados en cielos de plata  vieja o de madera pintada.  

Ellos divisaron desde la altura, el paso sigiloso del  indígena descalzo tras de la corzuela cuya inocencia  defendían las serpientes, también asistieron al ingre so del caballo y del caballero venidos de otros mun dos, y ahora nos ven pasar a nosotros, estruendosos, veloces, sin rumbo alguno, ellos seguirán volando los  cielos rosados del atardecer. (2000, pp. 19) 


Anochece: Detrás de los muros hay silencio campesino, silen cio sólo turbado por el tañido de una campana o la  pausada voz de la historia porque detrás nuestro hay  muros, ladrillos, piedras, argamasas, libros de histo ria. Podemos verlos u oírlos, sentirlos o sufrirlos, re cordarlos o vivirlos, lo único que no podemos hacer,  no debemos hacer, es ignorarlos ni olvidarlos, ellos  hablan continuamente como las aguas del arroyo al  dialogar con la piedra y el musgo. Escuchamos como  dentro de las caracolas y suenan voces apagadas por  el tiempo, (…) alguien cruza por el patio iluminado  con un calor de luna, ¿un gato, una sombra, un alma?,  arriba el cielo negrísimo parece respiran con la luz de  las estrellas, titilan como antes, como siempre. 

Tan anclada está santa Catalina en su paisaje serra no que pareciera haber nacido y crecido en él; se ha  convertido en parte de él y todas las líneas onduladas  de la serranía próxima convergen en un centro de in terés pictórico que son sus campanas, su etérea vele ta. Detrás puede verse la cúpula, asentada en contra fuertes como fundados en el centro de la tierra. A un  costado apreciamos la gracia recoleta de su famoso  portal, de él sentimos surgir la música simple y llana  de los campos impregnada con el alma de Doménico,  del joven y dulce Doménico Zípoli que viajara tan lar gamente para encontrar el descanso eterno y aquí se  hace más evidente que en parte alguna de la tierra. 


Las edificaciones prolongadas al otro costado hablan del servicio popular, de la atención del culto, del  diario cuidado de las cosas del templo. Más atrás adi vinamos las galerías del conventillo, los aposentos de  los sacerdotes llegados de rincones mundiales, de la vieja Europa, del Asia, de la China, de España, de Ita lia, convocados por la tarea misional para la cual de clinaron ambiciones y honores, alegrías y amores, pa dres, hermanos, todo. Y acaso por eso, y más y más, se venga a convertir en mudo clamor, en emanación,  en una suerte de rocío bendito, en una contaminación  sagrada, acaso por eso Santa Catalina es como es ¡In comparable! (2000, pp. 20-25) 

Otras narraciones que dan a luz la identidad propia de este  conjunto, son representadas por sus propios herederos  como las siguientes: 

…Santa Catalina no tiene esa belleza humilde de  las capillas serranas, de ella trasciende un cierto or gullo que no hiere porque es casi aire señoril, el que  le imprimen su fábrica grandiosa, su escudo, que es  el de los hijos de Loyola y el de la estirpe, que a la  sombra protectora de la Santa ha vivido ya más de  dos siglos (…) Aquí, la magnífica obra de los jesuitas  cobra impulso en el orden espiritual y material. 


Sus sólidas construcciones de piedra y ladrillo, del  principio del siglo XVIII, subsisten todavía; la iglesia  con su cúpula y sus torres, el antiguo convento con  sus claustros, salas y celdas; el noviciado o conventillo; el tajamar, las acequias y los molinos, obras  notables de la ingeniería. De las otras; almacenes,  talleres, cuadras para esclavos, solo quedan ruinas.  Todo encerrado en impotentes murallas, que también  circunvalan la huerta, y que hoy, en gran parte, están intactas (…) Santa catalina a inspirado múltiples  artistas, escritores, historiadores, literatos, paginas  inolvidables, entre ellos, Kronfuss, Buschiazzo, Paul  Groussac… (Frías de Cuenca, 1984, p. 4) 


También una expresión poética de Pedro José Frías (1975) de  la defunción del músico Doménico Zípoli en Santa Catalina: 

Un último examen me ha declarado ya preparado  para el ministerio, pero nadie sabe cuándo llegará el  Obispo que pueda imponerme las manos. Soy un re ligioso sin sacerdocio y sin misa, soy un compositor  que se ha quedado sin su inspiración obligado a re hacer un estilo que en algo ha dejado de ser suyo, un  autor que no ha vuelto a imprimir una obra pero que  ha compuesto lo más apto para los naturales y espa ñoles de estas tierras. 


A los 37 años, todo en mí ha quedado trunco, justa mente en mí que quería concluir una cerrera sólo para  madurar con la última etapa de la perfección que me  fuere consentida. Madurar –pensaba yo en Prato- de pende de los fines, de la obra que encarna los valores;  yo creía entonces que se maduraba en la última eta pa, no, entonces habría fracasado, y no me siento un  fracasado, no, me bastaría haber enseñado la música  que me enseñaron. La melancolía es la conciencia de  mi privación, pero no me puedo confesar vacío, hay  alguien que me aguarda y Alguien que me colma, he  madurado en todo el camino recorrido, porque la ma durez no es la etapa final sino la manera de alcanzarla. 


En 1677, enfermo en la estancia Santa Catalina,  donde la armonía del barroco se asocia a la serenidad  inigualable de las tardes, recibía Zípoli la Navidad y el Año nuevo y junto con la Fiesta su fiesta, una muerte  americana para el hijo del Viejo Mundo. 


Y la descripción de la celebración comunitaria más impor tante del sector que es la fiesta de Santa Catalina: 


La función se celebra regularmente desde hace 150  años, Irene Gavier de la Torre, la recordó anteriormen te al siglo XX, “pero antes, -dice- se trataba de una  misa solemne”. Una crónica del Seminario Ilustrado  “Ascochinga” del 28 de enero de 1934, se refirió a  esta fiesta como: “otra vez la tradicional fiesta de san ta Catalina, que brinda a los veraneantes de este y  otro lado de la sierra Chica la oportunidad de asistir a  una fiesta tradicional llena de carácter y de unción re ligiosa. La Iglesia, las imágenes antiguas que se sacan  en procesión, los ornamentos y elementos de liturgia  para la misa completan un paisaje colonial vivo que  hace recordar a las generaciones anteriores y “revivir  entre nosotros la antigua fe.” 

Ascochinga y los poblados de la región invitan a to dos los veraneantes que asistan a ella, para que pue dan admirar el tesoro de arte y de fe que encierra esta  iglesia, de exuberante “estilo y en estado de conser vación excelente”. Se pide a los asistentes respeto a  los actos religiosos para que ella tenga el máximo de  carácter y profundidad de comunión, porque la fun ción ha congregado a través del tiempo, a los descen dientes de Francisco Antonio Díaz, a jesuitas insignes,  a ilustres hombres de la política, del derecho, de las  ciencias y de las artes que comparten un mismo sen tir. Luego de la misa, continúa una antigua tradición  familiar, en donde la familia se reúne compartiendo  un almuerzo.


La función de Santa Catalina es símbolo de una  mentalidad diferente que se expresa en la fe y en la  sencillez de una promesa, celebración que revela una  fidelidad que quiere ser mucho más que la repetición  de actos, con expresión fraterna, todos contribuyen  para que estas ceremonias sean un encuentro de fe,  de comunión, de arte con un profundo sentido de familia. Y van ciento cincuenta años de esta fidelidad y  de encuentro de una memoria que se revive y actuali za. (Frías de Cuenca, 2000, pp. 8-13) 


Otra situación particular atribuida a la memoria colectiva,  está incorporada al “Banco de la paciencia”: 


El viejo banco de la paciencia, así llamado, ocupa un  lugar en el rincón de uno de los claustros del histórico  edificio colonial, allí está aún respetado por la actual  generación; su sencillez no puede ser mayor: es una  larga tabla de nogal que descansa sobre dos soportes  ensamblados en sus extremos. En él descansaron todos los que vivieron bajo las bóvedas del Convento,  más tarde convertido en mansión señorial, y de los  que visitaron el antiguo refugio jesuítico. Ya no tiene  en la actualidad el destino que tuvo durante medio  siglo, no es ya el banco en que las madres a veces  dormitando, cuidaban a los novios entregados allí a  sus expresiones y confidencias propias de ese estado excepcional del alma; ya no es necesario el banco;  la vigilancia materna no tiene hoy razón de ser; han  cambiado los tiempos y costumbres más liberales han  desterrado por inútil el banco centenario. 


Pero ese pedazo de madera, va a hablarnos, al mirarlo  de cosas que suscitan todo el interés y suave melan colía de lo que ha sido, y de personajes que ocuparon un sitio eminente en el escenario político y social. Mi llares de nombres estampados en la dura tabla abri llantada por los años se ven en confusión, y el primero  que se destaca diciéndonos que una mano vigorosa  reveladora de un gran espíritu, lo grabó en caracteres  claros perforando hondo la madera, (…) es el nombre  de Sarmiento con todas las letras que lo forman, (…)  a su lado como una coincidencia léese el de Avellane da, también visitó Santa Catalina, y como el primero  quiso dejar ese recuerdo (…) El de Carlos Pellegrini,  que joven visitó Santa Catalina y que quiso dejar en el  pobre banco la huella de su paso el de Juárez Celman,  gobernador de Córdoba y presidente de la Repúbli ca, los de Ramón Cárcano, gobernador dos veces de  Córdoba, y de Julio A. Roca, su antecesor. El de José  M. Alvarez, también gobernador de Córdoba de grata  memoria; y después la interminable lista de nombres  de ministros, legisladores, magistrados y literatos, en tre los que se recuerdan: José del Viso, Calixto de la  Torre, San Román, el general Edelmiro Mayer, y tantos  otros… (Uriarte, M., Cordi, J. J.y Viale, J.G., 1983, p.  26) 


Algunos acontecimientos que transcurrieron y reflejan la  vida familiar que ocurría, se refleja en la entrevista a Hu bert Hobbs, arquitecto reconocido y miembro de la familia  Díaz cuando expone las historias de los veranos de su ni ñez en Santa Catalina: 

Éramos un pelotón de gente, todos nos llevábamos  bien, jugábamos en los patios. Había una mesa larga  para comer, ahí comían los grandes y nosotros, los  más chicos, en otra mesa, después fue cambiando la  cosa y nos pusieron una mesa al lado para que comamos todos juntos, pero hacíamos la vida que hace cualquier otro chico en el campo, andábamos a caba llo y hacíamos excursiones por las sierras. Mi padre  que era inglés y muy deportista, nos llevaba a pescar y nos acompañaba a cabalgar por las sierras, los arro yos cercanos no son muy grandes, pero en sus ollas  formaban casi piletas de natación. En verano eran tres  meses enteros los que pasábamos ahí imagínate, lo  pasábamos muy bien, (…) en la puerta de los come dores había cuatro campanas que sonaban de manera  diferente, al sonar, sabíamos qué grupo familiar es taba comiendo, y había que estar a tiempo; el que no  llegaba se embromaba.  


Las anécdotas van iluminando de recuerdos los ojos  de Hubert, en sus palabras se vislumbra la felicidad  de ese pasado aventurero: un día hubo una guerra de  huevos en la cocina (risas), me encantaba ir a la cocina  porque ahí me convidaban mates y unas tortitas con  chicharrón, era muy amigo de una de las cocineras.  Estaba haciendo eta señora una comida con muchísimos huevos fritos, más de 70, eran como las 11 de la  mañana, corté un pedazo de pan y pinché un huevo,  una de las ayudantes de las cocineras me acusó y la  otra me pegó un chirlo, yo me enojé y le tiré un huevo,  y ella otro a mí, y así nos empezamos a tirar huevos  entre todos los que iban apareciendo y no quedó ni  uno (risas). 


Y tiene más recuerdos para comentar, toda la gente  de la zona pasaba por la iglesia y había que recibirlos  con comida, era como que el centro de la zona estaba  establecido en la estancia. Por las noches, había dos  o tres piezas en las que se reunían todos los chicos a  jugar, los grandes estaban en otras habitaciones y se  ponían a bailar, me acuerdo porque los espiábamos  

con mis primos. El tajamar era otra atracción para los  niños, recuerda, aún hoy sigue siendo, nos bañába mos siempre en el lugar, una vez mi hermana evitó  que se ahogara un primito, era difícil que los padres  estuvieran atentos a todos porque éramos muchos  chicos, apunta mientras va elaborando otra anécdota  sobre el tajamar con el que los jesuitas se aseguraron  un sistema de riego eficaz. Mi papá estaba pescando  y, sin querer, me clavó el anzuelo en una de las meji llas, me dijo: no es nada, andá contale a mamá, pero  decícelo despacio, al final me curaron y no fue nada  grave. (Morello, 2007, pp. 28-30)  


De acuerdo con estas exposiciones, podemos considerar  que existe algo más que una historia que transcurrió en  tiempo atrás que conserva un patrimonio del barroco colo nial, sino de una memoria protagonista de la historia que forjó la identidad de esta nación, una memoria viva presen te y que continúa trascendiendo en sus integrantes actua les y de otra memoria latente que quiere ser reconocida.  Por estos motivos el próximo año 2022 se cumplen los 400  años de la concesión de esta Estancia a la Compañía de  Jesús, circunstancia por la cual Santa Catalina se prepara  para ofrecer una gran celebración de su origen jesuítico  identidad que concibió su carácter y nobleza. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

PROYECTO ODS

POR LOS CAMINOS DEL CURA BROCHERO